martes, 7 de junio de 2016

Evangelizar es, fundamentalmente, anunciar al Jesús del evangelio

Si el Reino de Dios fue el centro de la predicación de Jesús, la persona de Jesús, muerto y resucitado, fue el anuncio central del mensaje de los apóstoles. Y no hay en ello una sustitución de realidades sino sólo de palabras y de acento. Porque realmente es en y por Jesús como nos llega el Reino de Dios: «Si yo arrojo los demonios por el dedo de Dios es que el Reino de Dios ha llegado a Ustedes» (Lc 11,20), asegura él mismo.

Jesús no ha venido sólo para realizar la misión salvadora que le confiara el Padre sino que él mismo es ya el Reino en persona, la «autobasileia» de que hablaba Orígenes. Por eso, entrar en el Reino es aceptar su palabra, seguirle a él, adherirse a su persona, asumir su proyecto, permanecer en él, «con-formarse» con él, como pide Juan Eudes: el que así ha, da mucho fruto (cf Jn 15,5). De allí que, a decir de Leonardo Boff, pueda afirmarse que evangelizar es actualizar y vivir la causa de Cristo.

La evangelización, entonces, es una llamada a creer y a convertirse, a asumir la actitud sencilla de los niños, que conscientes de su pequeñez se fían instintiva y plenamente del amor del Padre manifestado en Jesús. Por eso, si lo esencial del Evangelio es el Reino que acontece en la persona y en la obra de Jesús, es indispensable aceptar su amor salvador como gracia y responder confiadamente en el amor. La ley fundamental del Reino de Dios es, como decíamos antes, el mandamiento nuevo del amor: «Como el Padre me ha amado así los he amado yo a Uds., permanezcan en mi amor» (Jn 15,9). Este es el valor absoluto, al que han de someterse y condicionarse todos los demás valores cristianos. En el ámbito del Reino y en el seguimiento de Cristo debe reinar la libertad incondicionada, fruto de un amor radical: quien ama a algo o alguien más que a Jesús no es digno de él (cf Mt 10,37). Para eso hay que conocer el amor de Dios y abandonarse totalmente a él, vaciarse de sí mismo, de sus propias defensas y protecciones (cf 1 Jn 4,16). El discípulo de Jesús debe dejarse guiar por su Espíritu con plena sinceridad, desde la radicalidad del ser, desde lo más profundo de su corazón. Sin esto resulta difícil entender lo que deben ser nuestra fe y nuestra fidelidad.
Más allá de los comportamientos externos, pero determinándolos con plena coherencia, se encuentran las actitudes profundas de una persona transformada y guiada anteriormente por el Espíritu de Jesús, que hace hijos de Dios capaces de llamarle Abbá, como el mismo Jesús. Es este Espíritu el que rompe los lazos del pecado y de toda servidumbre otorgando una libertad cada vez mayor; el que posibilita la experiencia de la fraternidad y lanza a la misión, aun en medio de las dificultades del camino.

El Reino de Dios absorbe así toda la vida, no sólo una parcela, empapa todo el ser: es un «vivir en Cristo» pues, como decía san Juan Eudes en el prefacio de su obra maestra, «se trata de que Jesús viva en nosotros, que en nosotros sea santificado y glorificado, que en nosotros establezca el Reino de su Espíritu, de su amor y de sus demás virtudes»[1].

Es así como podemos hacer nuestras las palabras de uno de los ponentes en el congreso sobre evangelización y hombre de hoy, celebrado en Madrid, en septiembre de l985:'
"La evangelización es el ofrecimiento convincente y significativo, realizado desde la pobreza compartida y no desde el poder, de la forma de vida de Jesús. Evangelizar es, pues, ofrecer la Buena Noticia que se presenta a sí misma como el principio más hondo y decisivo de la salvación para el hombre. Esa buena noticia consiste, en definitiva, en que ese Jesús, el Cristo, que pasó por el mundo haciendo el bien y fue crucificado, está vivo, presente y operante en los creyentes de la comunidad cristiana y en la forma de vida de esta comunidad y de sus miembros"[2].

Nuestra fe y nuestro conocimiento de Jesús es esencial y decisivo en la evangelización, ya que el mensaje central de ésta es sobre Cristo; y el evangelizador transmite la imagen y la idea de Cristo que él mismo tiene, con los criterios, las orientaciones y exigencias que esto conlleva. En pocas palabras: transmitimos a los demás el Cristo que tenemos, en quien creemos, al que seguimos.

A priori, entonces, no sabremos qué es evangelización, ni cuáles son su contenido, sus criterios de acción, y sus exigencias para el evangelizador, mientras no definamos el Cristo evangelizado y penetremos en el Cristo evangelizador, en sus criterios, orientaciones y actitudes, tal como nos los revela el evangelio y nos los comunica la fe de la iglesia.


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[1] JUAN EUDES, Vida y Reino de Jesús en los cristianos, Obras Escogidas, Bogotá, 1990, p. 116.
[2] E. Schillebeeckx, La historia de un viviente, Madrid, l981, p. 37s.





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