jueves, 27 de abril de 2017

Uno de los títulos más bellos de María: Madre Admirable (I Parte)

Tomado del libro "El Corazón Admirable de María", de san Juan Eudes, Libro I, Cap. 1.

Por: San Juan Eudes | Fuente: Unidad de Espiritualidad Eudista

El Corazón de María es llamado justamente Corazón Admirable, pues es abismo de maravillas, solo conocido perfectamente por su Hijo Jesús, el único que puede hablar dignamente de él.

Jesús, Hijo único de Dios, Hijo único de María, al escoger, entre todas las criaturas, a esta incomparable Virgen para ser su Madre, su nodriza y su gobernante, y pues su infinita bondad nos la dio como Madre y refugio en todas las necesidades, quiere que la veneremos, la honremos y la amemos como él la ama.

La exaltó y honró por encima de todos los hombres y los ángeles; quiere igualmente que le rindamos más respeto y veneración que a todos los ángeles y que a todos los hombres. Pues él es nuestra Cabeza y nosotros sus miembros, animados por su espíritu: debemos seguir sus inclinaciones, caminar por sus sendas, continuar su vida en la tierra y practicar las virtudes que practicó. Quiere que nuestra devoción a su divina Madre sea continuación de la suya. Es decir, que tengamos los sentimientos de honor, de sumisión y de amor que él tuvo acá abajo y que le tiene eternamente en el cielo. Ella ocupó y ocupará por siempre el primer puesto en su corazón. Ella fue siempre y será por toda la eternidad el primer objeto de su amor, después de su Padre eterno. Quiere él asimismo que, después de Dios, sea el principal punto de nuestras devociones y el primero de nuestra veneración. Por eso, después de los servicios que debemos a su divina Majestad, no podemos hacerle mayores y más agradables, que servir y honrar a su dignísima Madre.

Nuestra inteligencia no puede llegar a estimar y a amar algo sin conocer lo que lo hace digno de ser estimado y amado. Por esta razón, el amor infinito de que este Hijo único de María está abrasado por los intereses de su querida Madre lo ha llevado a manifestarnos muy cuidadosamente, por boca de los santos Padres y por los oráculos de las divinas Escrituras, incluso en este valle de tinieblas, una partecita de las excelencias incomparables de que la ha enriquecido, y se reserva la joya, que sobrepasa infinitamente la muestra, para el país de las luces que es el cielo.

Entre estos divinos oráculos encuentro uno en el capítulo doce del Apocalipsis que es como un resumen de cuanto se puede decir y pensar de más grande y portentoso sobre esta maravillosa Princesa. Está contenido en las siguientes palabras: Un signo grande apareció en el cielo. “Signo grande, prodigio asombroso, milagro prodigioso apareció en el cielo. Una mujer revestida del sol con la luna bajo sus pies, que tenía en su cabeza una corona de doce estrellas”. ¿Qué prodigio es éste? ¿Quién es esta mujer milagrosa? San Epifanio, san Agustín, san Bernardo, y otros santos doctores son concordes en que es la Reina de las mujeres, soberana de los hombres y los ángeles, Virgen de vírgenes, la mujer que llevó en sus entrañas virginales un hombre perfecto, un Hombre-Dios, Mujer que rodeaba a un varón (Jer 31, 22).
Aparece en el cielo porque vino del cielo. Es la más ilustre de las obras maestras del cielo. Es la emperatriz del cielo, gloria y delicias del cielo. Nada hay en ella que no sea celeste. Mientras tuvo su morada en la tierra, según su condición corporal, era totalmente espíritu, pensamiento, corazón y amor en el cielo.

La reviste el sol eterno de la divinidad. La enriquecen las perfecciones de la esencia divina que la rodea hasta el punto que está del todo transformada en luz y sabiduría, en poder y bondad, en la santidad de Dios y en las demás grandezas, como lo veremos más adelante.

La luna está bajo sus pies, como si todo el mundo estuviera debajo de ella. Solo Dios está por encima de ella y goza de poder absoluto sobre todas las criaturas.

Está coronada de doce estrellas porque todas las virtudes que brillan en ella soberanamente, todos los misterios de su vida, son otros tantos astros, más luminosos que todas las luminarias del cielo. Todos los privilegios y prerrogativas que Dios le ha otorgado sobrepasan incomparablemente lo que hay de más brillante en el firmamento. Todos los santos del cielo y de la tierra son su corona y su gloria, con mejor título que los filipenses son para san Pablo su gozo y su corona (Flp 4, 1).

¿Por qué el Espíritu Santo le asigna la calidad de “Gran milagro? Para que conozcamos que es todo milagrosa. Quiere anunciar por doquier las maravillas de que está colmada. La quiere poner ante los ojos de todos los habitantes del cielo y de la tierra como una portento digno de admiración. Quiere que sea objeto de embeleso para ángeles y hombres.

Con este mismo propósito el Espíritu divino hace que en todo el universo se cante este glorioso elogio: Madre admirable. Con toda razón es llamada con este nombre. En verdad, eres admirable en todo y de todas las maneras.

  • Admirable por la belleza angélica y la pureza seráfica de tu cuerpo virginal.
  • Admirable por la santidad eminentísima de tu alma bienaventurada.
  • Admirable por todas las facultades de ambos de las que hiciste siempre santísimo uso para gloria del Santo de los santos.
  • Admirable en todos tus pensamientos, tus palabras, tus acciones. En tus pensamientos en los que solo tuviste como única intención agradar solo a Dios. En tus palabras que fueron siempre como palabras de Dios conforme al precepto divino: Si alguien habla que sus palabras sean como palabras de Dios (1 P 4, 11). En tus acciones, consagradas todas a la divina Majestad.
  • Admirable en tus sufrimientos que te hicieron digna de ser asociada con el Salvador a la obra de la redención del mundo.
  • Admirable en todos los estados y misterios de tu vida, todos ellos, abismos de maravillas.
  • Admirable en su Concepción inmaculada, colmada de milagros.
  • Admirable en su santo nacimiento, fuente indecible de gozo eterno para todo el universo.
  • Admirable por su nombre sagrado de María, tesoro de grandezas y maravillas.
  • Admirable por su Presentación en el templo a los tres años de edad, luego de dejar, en edad tan tierna, la casa de un padre y de una madre tan santos y luego de renunciar por entero a sí misma y a todo para consagrarse totalmente a Dios en su templo santo.
  • Admirable por las santa ocupaciones realizadas durante todo el tiempo que permaneciste allí, en compañía de las santas vírgenes y viudas, y por todos los extraordinarios ejemplos que les diste en la práctica de toda clase de virtudes.
  • Admirable por tu angelical y divino matrimonio con san José.
  • Admirable en tu celeste coloquio con el arcángel san Gabriel cuando te anunció el misterio inefable de la Encarnación.
  • Admirable en todo lo que pasó en ti, en el momento feliz en que este misterio incomparable se realizó.
  • Admirable en todos los instantes de los nueve meses durante los cuales el Verbo encarnado permaneció en calidad de Hijo único en tus benditas entrañas.
  • Admirable en todos los pasos de tu viaje para visitar a tu prima Isabel.
  • Admirable en todas las palabras contenidas en el cántico divino que pronunciaste luego de saludarla.
  • Admirable por los efectos milagrosos de luz, de gracia y santificación que obraste en el alma del pequeño Juan Bautista y en el alma de sus padres, durante los tres meses que permaneciste con ellos en su casa.
  • Admirable por todos los pasos que diste en tu viaje de Nazaret a Belén para dar a luz allí al Salvador del mundo. De todo mi corazón, con todo el respeto que me es posible, reverencio todos esos pasos, besando en espíritu la tierra que pisaste y las huellas de tus pies sagrados que quedaron allí.
  • Admirable en todos los milagros sucedidos en tu divino alumbramiento.
  • Admirable en la cruenta y dolorosa circuncisión de tu Hijo.
  • Admirable al imponerle el santo nombre de Jesús que con san José le diste, según el mandato
    que recibieron de parte del Padre eterno por mediación de san Gabriel.
  • Admirable en el misterio de su Epifanía que es su manifestación a los santos reyes que encontraron al Niño en Belén, con María, su dignísima Madre, y que con ella lo adoraron, Admirable en la humildad prodigiosa y en la obediencia maravillosa por la que aceptaste la ley de la purificación y en la increíble caridad con la que ofreciste en el templo a tu Hijo único y amadísimo al eterno Padre, para un día fuera inmolado en la cruz en expiación de los crímenes de todos los hombres.
  • Admirable en los sucesos extraordinarios que pasaron durante el viaje que hiciste, con tu adorable Niño y con tu esposo san José de Nazaret a Egipto y de Egipto a Nazaret, pasa salvar al Salvador del mundo, preservándolo del furor de Herodes, que lo buscaba para perderlo.
  • Admirable en el provecho santo que hiciste, Madre de Jesús, del dolor muy sensible y del gozo indecible de que tu Corazón se llenó cuando el Niño se extravió en el templo de Jerusalén, al que con san José encontraste en medio de los doctores.
  • Admirable en la santa y dichosa convivencia que tuviste con tu Hijo amadísimo, en especial durante los primeros treinta años de su vida, tiempo que él para santificarte crecidamente. ¡Quién podría decir o pensar los hechos grandes e incomprensibles que pasaron durante tan largo tiempo entre el Hijo de María y la Madre de Jesús!
  • Admirable en el provecho santísimo que sacaste, Divina Madre, al verte privada de la presencia de este mismo Hijo durante los cuarenta días de su retiro en el desierto y de la soledad semejante a la suya que soportaste durante esa cuarentena.
  • Admirable en la caridad inigualable que tuviste en el primer milagro que él hizo en las bodas de Caná.
  • Admirable en el grandísimo fruto obtenido de sus santas predicaciones y en el honor muy especial que tributaste a todos los misterios que él obró durante el tiempo de su vida de convivencia entre los hombres.
  • Admirable en la participación especialísima que te hizo de su cruz y sus sufrimientos.
  • Admirable en el sacrificio que hiciste de él mismo al pie de la cruz, con de tantísimo dolor y amor, por el género humano y por quienes lo crucificaron.
  • Admirable por tus oraciones fervorosas para su gloriosa Resurrección.
  • Admirable por todo lo que ocurrió de forma extraordinaria entre tu Hijo y tú misma cuando resucitado te visitó en primer lugar.


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