lunes, 8 de mayo de 2017

Domingo IV de Pascua

Cada año, en este cuarto domingo de Pascua, la Iglesia nos invita a meditar en Jesús, Buen Pastor, pero también a orar por todos aquellos que se gastan y se desviven por nosotros en la familia y en la comunidad como testigos vivos de Jesús Pastor.

El Evangelio de Juan que hoy proclamamos (10.1-10) no solo nos habla de Jesús como Pastor de nuestras vidas, sino que agrega otra figura en la que pocas veces meditamos: Jesús es la puerta que no da entrada a la vida en plenitud. Contemplemos al Señor bajo estas dos figuras.

La figura de la puerta es posible que nos parezca extraña dicha de Jesús: “Yo soy la Puerta. Quien entra por mí se salvará, podrá entrar y salir y encontrará pastos”. Estamos en el cuarto evangelio y, según su estilo ya desde antes ha dado pie para pensar en el tema de la puerta aplicado a Jesús, de modo que al llegar al capítulo 10 pueda hacer la afirmación clara de su identidad.

En efecto, en el capítulo 1,19-51, cuando está el Señor convocando a los primeros discípulos a su escuela de santidad, culmina el proceso con el llamamiento de Natanael. Primero fue Juan el Bautista, que de maestro se vuelve discípulo de Aquel que es más fuerte que él; luego Andrés y el otro discípulo de Juan, que van detrás de Jesús, conviven con él y se quedan con él; después Simón, a quien la palabra de Jesús lo transforma en “Piedra viva” de la comunidad naciente; Felipe, el que se emociona cuando descubre en Jesús al Mesías esperado, y Natanael, quien al sentirse visto y conocido por Jesús, se rinde a sus pies y lo reconoce como Maestro y Rey de Israel. El relato termina con una frase-promesa dirigida a todos ellos, que les abre perspectivas maravillosas para sus vidas: “Verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.

Con esta expresión nos está remitiendo el Señor a una de las primeras experiencias de Dios en la historia de los patriarcas (Gen. 28,11-22), cuando Jacob, el buscador de Dios, tuvo un sueño bellísimo con una escala que comunicaba la tierra con el cielo, y escuchó la voz de Dios que confirmaba la alianza y le aseguraba su presencia y su protección. El patriarca, agradecido, levantó un altar y le puso nombre al lugar: Bet-el, y agregó: “Este lugar es la casa de Dios y la puerta del cielo”. Recordado el hecho para nuestro texto, significa que el encuentro con Jesús es una puerta que se abre y nos permite comenzar una experiencia maravillosa de cercanía de Dios, de vida y de salvación. Con Jesús y por Jesús ingresamos a una experiencia que va a transformar nuestra vida y nos va a llenar de gozo y bendición.

Por eso, en el capítulo 10, Jesús se presenta como la Puerta de entrada a una realidad novedosa. Una puerta nos permite entrar y participar de algo; pero también es la oportunidad de entrar y salir con libertad. Y Jesús nos dice: “Yo soy la Puerta de las ovejas”. Nosotros, que somos los suyos, entramos por él al redil de la Iglesia o comunidad de Dios. Pero agrega: “Yo soy la Puerta: quien entra por mí se salvará; podrá entrar y salir y encontrará pastos”. Nos ofrece la salvación, nos da libertad de acción y nos asegura el alimento necesario. Ingresamos por él a una relación profunda con Dios, vivimos en la libertad de los hijos de Dios que se dejan conducir por el Espíritu y encontramos el alimento y la vida en plenitud. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.

La otra figura es más conocida. Jesús es el Pastor de las ovejas, y tres veces insiste en que no es un ladrón ni un bandido. El ladrón es un extraño, no entra por la puerta y solo viene a robar, matar y destruir. El pastor entra por la puerta, las ovejas conocen su voz; él las conoce muy bien y las llama por su nombre. Él las saca afuera para la aventura diaria de la vida, va delante de ellas y las guía con su palabra. Ellas escuchan y acogen su voz, lo siguen detrás en actitud de discípulos y están seguras y felices porque en él encuentran la vida en plenitud. Tal es la descripción de nuestra vida en Cristo y a ella estamos llamados todos para encontrar la felicidad.

“Te damos gracias, Señor Jesús, porque tú eres la Puerta que nos permite iniciar una experiencia maravillosa de vida y plenitud. Entramos por ella y nos hacemos discípulos tuyos, escuchamos tu voz y te seguimos con amor, porque tú nos das la vida y nos enseñas a vivir en libertad. Amén”. 


Comentarios Dominicales mes de Mayo, del P. Carlos Guillermo Álvarez, CJM


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