martes, 6 de junio de 2017

La relación íntima e inefable entre María y el Espíritu Santo

“Aquel que es tercero en el orden de la Trinidad, el Espíritu Santo, es el primero en el orden de la creación. Él llegó antes al mundo; después vino el Hijo de Dios. Fue el Espíritu Santo, aquel que flotaba sobre el caos primitivo, y el que sacó de allí todos los órdenes de la creación. De ese Espíritu creador, se dice en Lucas: “vendrá sobre ti, María, y armará su tienda sobre ti, por eso el Santo engendrado será llamado Hijo de Dios. Armar la tienda, significa morar, habitar definitivamente. Si María, perpleja, no hubiese dicho su fiat, hágase según tu palabra, el Hijo no se habría encarnado y el Espíritu Santo no se habría feminizado.

El Espíritu vino a morar definitivamente en esta mujer, María. Se identificó con ella, se unió a ella de forma tan radical y misteriosa que en ella comenzó a plasmarse la santa humanidad de Jesús. El Espíritu de vida produjo la vida nueva, el hombre nuevo, Jesús. Para ti y para todos los fieles está claro que lo masculino a través del hombre Jesús de Nazaret fue divinizado. Ahora bien, según el evangelio de san Lucas, también lo femenino a través de María de Nazaret fue divinizado por el Espíritu Santo. Él armó su tienda, es decir, vino a morar definitivamente en ella. En María, viene, se queda, y no se va jamás. Ella es elevada a la altura del Divino Espíritu Santo. De ahí que, el Santo engendrado será llamado Hijo de Dios. Es el caso de María. No sin razón es la bendita entre las mujeres.

¡Ven Espíritu Santo! Ayúdanos para que en este mundo primen la ternura, la paz, la cordialidad…

Espíritu Santo, gracias porque nos revelas el rostro materno de Dios, que nos abraza y acaricia aun cuando hemos indóciles a tus inspiraciones.

¡Te alabamos!



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